miércoles, 17 de diciembre de 2008

Y SE ABRIÓ LA PUERTA...

Eran las nueve cuarenta y cinco de la noche de una jornada especialmente pesada, Esther estaba fastidiada. Habían faltado dos de los tres compañeros que integraban su equipo y ese sótano que era su oficina se convertía en una prisión sofocante al final del día.

Pero eso no era lo molesto.

Ni siquiera el hecho de que estas oficinas no tenían ventanas, algo así como una caja de zapatos, cerrada, oscura, claustrofóbica.

No, no era eso lo molesto.

Otras veces que había tenido que quedarse más de lo acostumbrado y en esa caja se oía un escalofriante rechinido de una de las puertas de la parte superior.

Sin quererlo, siempre le ganaba el tiempo y siempre tenía que soportar el bendito ruidito ese, la gran diferencia en ese momento era que se encontraba sola y su angustia no podía ser repartida.

En esta ocasión el sonido no provenía de la parte superior como de costumbre, sino casi a sus espaldas, al otro lado del estrecho pasillo. Con cierto miedo disfrazado de enojo se asomó al pasillo, notó que la puerta de enfrente alcanzaba a cerrarse. Extraño - se dijo - no había caído en la cuenta que esa puerta nunca la había visto abierta.

Solo ideas tuyas - se trató de convencer a sí misma - pero le quedo una profunda sensación de desamparo.

Siguió apagando sus aparatos, acción rutinaria y fastidiosa que en ese momento se convirtió en un seguro mental para no seguir pensando en la puerta.... Y sin embargo lo hacía ¿Qué podría haber detrás? Muebles, cosas, material.

Y volvió a sonar...

Esta vez en un acto reflejo, dio rápidamente las dos zancadas que le separaban del pasillo y alcanzó a ver la mano que cerraba la ruidosa puerta. Era delgada desagradablemente huesuda y con manchas, como de avanzada edad, con unas uñas perfectamente pulidas, pero sí notablemente largas.

La imagen la incomodó de sobre manera y decidió cerrar la oficina inmediatamente y buscar después los pretextos para disculpar el descuido de dejar prendidos los aparatos. De una cosa estaba segura, no apagaría la luz.

Tomó su morral y el libro que traía de la biblioteca de la escuela, las llaves de la oficina, salió al pasillo y con desesperación trató de destrabar la chapa, había jurado que la iba a reportar al día siguiente, ahora sólo tenía en mente escapar del rechinido de la puerta y de esa mano de largas uñas.

Por fin logró cerrar, un acto que le pareció eterno y que en realidad no le había llevado más de veinte segundos. Ahora lo más difícil: pasar frente a la puerta. Respiró profundo, apretó el paso, no más de cinco le separaban de las escaleras que se convertían ahora en un instrumento de salvación.

Sintió un gran alivio mientras subía las escaleras y que daban a la planta baja, respiró más tranquila -debo verme ridícula - pensó. Sonrió con cierta complicidad para sí. Se encaminó a la puerta de salida, ahí se encontraba la reconfortante presencia del personal de resguardo.

- ¿No se le olvida nada señorita? - preguntó uno de ellos.

Una cubetada de agua fría cayó sobre su espalda, había olvidado las llaves de su coche. Titubeo en regresar.

- Trate de apresurarse - dijo el otro guardia - están haciendo trabajos de limpieza y puede llegar a molestarle el líquido de fumigación.

De repente todo tuvo sentido, le dieron ganas de tirarse al suelo y morirse a carcajadas, realmente se visualizó en esta situación exageradamente graciosa.

- Gracias - contestó y regresó sobre sus pasos. Con una actitud más tranquila, volvió abajo, paso frente a la puerta terrorífica, no pudo aguantarse la sonrisa, se sintió enternecedoramente ridícula. Abrió su oficina, las llaves del auto la saludaron desde un monitor encendido. Decidió apagar todo lo que estaba pendiente, dio una última revisada. Todo bien.

Oyó de nuevo el rechinido y el golpe que indicaba que se había cerrado. Ya no se inmutó cerró con más tranquilidad, caminó por el corredor, pasó por el antes temido lugar y alcanzó a escuchar un siseo en el interior, las máquinas para fumigar supuso.

Y la puerta se abrió...

Esther no alcanzó a voltear completamente bajo el hechizo del sonido de las bisagras. Las manos de largas uñas la tomaron por el cuello y la introdujeron al cuarto nunca visto. Mientras, lo último que alcanzó a percibir antes de caer en la acogedora inconsciencia, fue que el extraño siseo, no era otra cosa que el sonido que hacía el aire al pasar a través de la lengua bífida del dueño de esas manos manchadas, mismo que se completaba con su respiración y el chocar, a su vez, con dos grandes colmillos.

Y la puerta no se abrió más.

2 comentarios:

Ruano dijo...

Ok, ese ya lo había leido antes.
Sí señor, me gustó. Pero luego tendré comentarios apra la segunda lectura.

Taяuмвa dijo...

Este fue el primer texto que me diste a leer hace ya un par de años y me sigue gustando mucho (pasa la prueba del tiempo xD).
Repito y repito que los finales en los cuentos siempre son lo más importante, soy old school y lo sorpresivo/vueltosodetuerca es lo mío, por eso me gusta tu final.

Ya estás en mis blogs favoritos!

Saluditos, Chris.