martes, 30 de diciembre de 2008

Dibujos animados ¿cosas de niños?

Aún recuerdo que en mi infancia algo que podía mantenerme quieto, eran las caricaturas (a la fecha mi madre casi tiene que brincarme en el cráneo si quiere que le haga caso mientras veo las fantasías animadas de Warner), también la recuerdo diciéndome – ya en la secundaria- que esas eran cosas de niño. Ahora en mi condición de adulto contemporáneo – suena a ñor atrapado en los 80’s – ella ha perdido las esperanzas y sabe que si hay caricaturas en la tele y son de mi agrado la guerra esta perdida.
Esa constante crítica de que las caricaturas o dibujos animados, para ser más propios, eran para niños o para lerdos me llevó a investigar años después la veracidad de tan duras palabras. Empecé por ver de nueva cuenta los capítulos de mis caricaturas favoritas de la infancia. Debo de confesar que me lleve algunas desilusiones, como el redescubrir Scooby Doo, que de niño me llamaba la atención y no dejaba de ver. Con la luz del tiempo los encuentro ahora medio bobos, sin mucho chiste. Digo te puedes creer que un perro hable, pero que cuatro adolescentes que viajan solos sin sus padres no tengan relaciones entre ellos, la verdad si me resulta imposible de creer (¡por lo menos un besito carajo!).
Caso contrario sucede con Don Gato, los chistes son mucho más elaborados de lo que se cree y creo que algunos ni siquiera son para niños (recuerdo una escena donde Don Gato haciéndose pasar por Cucho esta con una gatita llamada Mimosa tras unos arbustos, cuando son descubiertos por el galán de ella, éste pregunta indignado que esta pasando y Don Gato con toda la mala leche de la que es capaz le dice: “estamos jugando al eso me gusta, eso me das” simplemente grandioso).
Ni que decir de las interminables series japonesas Remi no le pide nada a una obra de Krzysztof Kieslowski (quienes no hayan visto una, recomiendo No amarás a mi me gusto) triste, triste, triste; y bueno Candy Candy ya es otro rollo y si no lo creen pregunten a cualquier chica entre los 25 y 30 que piensa de Anthony y anexas.
Hasta aquí todo bien, pero cuando lo que se supone es creación “para niños” se usa para otros fines, el matiz es serio y hasta preocupante. Pondré de ejemplo dos casos que me parecen aleccionadores (se pueden encontrar muchos más): El pato Donald y Speedy González.
Muchos coinciden con que la primera aparición de Donald fue en la animación La gallinita sabia, el 9 de junio de 1934. Lo que realmente lo lanza a la fama mundial además de ser contraparte del ñoño Mickey Mouse, es el corto de guerra Der Fuehrer's Face que ganó un Oscar en el año 1943. En el cartel del corto aparece el pato arrojando un jitomate al rostro de Hitler. Lo que llama la atención es como paulatinamente el pato fue arrastrado a la guerra dibujado en aviones, carros de asalto, parches bordados y como mascota de no pocos pelotones. Al finalizar la conflagración el perfil del Donald empieza a decaer, se le empieza a acentuar un aura de neurótico (que ya la tenía, por eso me cae bien) y deja el pedestal de héroe y patriota que se le había asignado con los cortos de guerra que siguieron a Der Fuehrer’s…pero además empieza su carrera de abusador e irresponsable con sus sobrinos, que tiene celos patológicos (¡vaya juego de palabras!) del Triunfador de Mickey (un ciudadano modelo que no peleó la guerra… ¿esta de pensarse no?), un mal ciudadano (recuerdo un corto en el que sale con las ardillas Chip y Dale arrojando basura a diestra y siniestra y cosas por el estilo). Y que conste que no estoy metiéndome con las teorías sociológicas de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, en un famoso libro que se llama Para Leer al Pato Donald, por que el asunto se pone más complicado.
Speedy González por su parte es un héroe algo raro. Es lanzado a la fama por un corto que ganó un Premio Oscar en 1955 y que se llamó simplemente Speedy González. A partir de ahí y en adelante su vida a sido asediada por el gato Silvestre y un tiempo por el Pato Lucas (nunca entendí por que el cambio).
Además de galantear con Rosita y de tener canciones en la radio, su existencia pasaba de salvar al ratón Lento Pérez a cantar en un mariachi; nada fuera de lo común en la vida cotidiana de un paisano en cualquier pueblo de México o por lo menos del sur de Estados Unidos. En 1999, surge una polémica sobre la conducta representada en la caricatura, según algunos ejecutivos de Cartoon Network, poseedora de los derechos del ratón, presentaba una mala imagen de la comunidad hispana y en especial de la mexicana, ya que los amigos de Speedy eran borrachos, flojos o gordos por decir lo menos.
Es así como deciden sacar del aire al ratón. La reacción de algunas comunidades de mexicanos en Estados Unidos no se hizo esperar y exigieron la retransmisión de las caricaturas. Sospechosamente ese ratón de malas costumbres y de imagen desagradable para la comunidad hispana, siempre le gana al gato o al pato en turno a los cuales en más de una ocasión llama gringos tontos.
En más de una ocasión también se uso al ratón por la comunidad mexicana residente en Estados Unidos como símbolo de resistencia y de identidad. También ha sido usado como mascota del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional. En el año 2002, es vuelto a transmitir por la cadena de dibujos animados, sospechosamente a la par de la aparición de unos cortos de alrededor de dos minutos que presentan la historia secreta de los personajes de caricaturas. En estos segmentos se muestra a Speedy como actor de poca monta y que debido a una diarrea por frijoles y picante corre mucho, su fama va a pique paulatinamente al no poder hacer personajes "serios", pero al final es salvado por su mentor quien le ha enseñado todo lo que sabe: el correcaminos (el mismo que persigue Willy E. Coyote) ¿Paranoia de complot gringo contra nuestra identidad nacional? Pues igual si, pero resulta digno de analizarse, por que las cosas no se quedaron tal cual, sin la aclaración de que el ratoncito latino se lo debe todo a un pájaro de dudosa procedencia.

¿Cosas de niños? No lo creo.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Y SE ABRIÓ LA PUERTA...

Eran las nueve cuarenta y cinco de la noche de una jornada especialmente pesada, Esther estaba fastidiada. Habían faltado dos de los tres compañeros que integraban su equipo y ese sótano que era su oficina se convertía en una prisión sofocante al final del día.

Pero eso no era lo molesto.

Ni siquiera el hecho de que estas oficinas no tenían ventanas, algo así como una caja de zapatos, cerrada, oscura, claustrofóbica.

No, no era eso lo molesto.

Otras veces que había tenido que quedarse más de lo acostumbrado y en esa caja se oía un escalofriante rechinido de una de las puertas de la parte superior.

Sin quererlo, siempre le ganaba el tiempo y siempre tenía que soportar el bendito ruidito ese, la gran diferencia en ese momento era que se encontraba sola y su angustia no podía ser repartida.

En esta ocasión el sonido no provenía de la parte superior como de costumbre, sino casi a sus espaldas, al otro lado del estrecho pasillo. Con cierto miedo disfrazado de enojo se asomó al pasillo, notó que la puerta de enfrente alcanzaba a cerrarse. Extraño - se dijo - no había caído en la cuenta que esa puerta nunca la había visto abierta.

Solo ideas tuyas - se trató de convencer a sí misma - pero le quedo una profunda sensación de desamparo.

Siguió apagando sus aparatos, acción rutinaria y fastidiosa que en ese momento se convirtió en un seguro mental para no seguir pensando en la puerta.... Y sin embargo lo hacía ¿Qué podría haber detrás? Muebles, cosas, material.

Y volvió a sonar...

Esta vez en un acto reflejo, dio rápidamente las dos zancadas que le separaban del pasillo y alcanzó a ver la mano que cerraba la ruidosa puerta. Era delgada desagradablemente huesuda y con manchas, como de avanzada edad, con unas uñas perfectamente pulidas, pero sí notablemente largas.

La imagen la incomodó de sobre manera y decidió cerrar la oficina inmediatamente y buscar después los pretextos para disculpar el descuido de dejar prendidos los aparatos. De una cosa estaba segura, no apagaría la luz.

Tomó su morral y el libro que traía de la biblioteca de la escuela, las llaves de la oficina, salió al pasillo y con desesperación trató de destrabar la chapa, había jurado que la iba a reportar al día siguiente, ahora sólo tenía en mente escapar del rechinido de la puerta y de esa mano de largas uñas.

Por fin logró cerrar, un acto que le pareció eterno y que en realidad no le había llevado más de veinte segundos. Ahora lo más difícil: pasar frente a la puerta. Respiró profundo, apretó el paso, no más de cinco le separaban de las escaleras que se convertían ahora en un instrumento de salvación.

Sintió un gran alivio mientras subía las escaleras y que daban a la planta baja, respiró más tranquila -debo verme ridícula - pensó. Sonrió con cierta complicidad para sí. Se encaminó a la puerta de salida, ahí se encontraba la reconfortante presencia del personal de resguardo.

- ¿No se le olvida nada señorita? - preguntó uno de ellos.

Una cubetada de agua fría cayó sobre su espalda, había olvidado las llaves de su coche. Titubeo en regresar.

- Trate de apresurarse - dijo el otro guardia - están haciendo trabajos de limpieza y puede llegar a molestarle el líquido de fumigación.

De repente todo tuvo sentido, le dieron ganas de tirarse al suelo y morirse a carcajadas, realmente se visualizó en esta situación exageradamente graciosa.

- Gracias - contestó y regresó sobre sus pasos. Con una actitud más tranquila, volvió abajo, paso frente a la puerta terrorífica, no pudo aguantarse la sonrisa, se sintió enternecedoramente ridícula. Abrió su oficina, las llaves del auto la saludaron desde un monitor encendido. Decidió apagar todo lo que estaba pendiente, dio una última revisada. Todo bien.

Oyó de nuevo el rechinido y el golpe que indicaba que se había cerrado. Ya no se inmutó cerró con más tranquilidad, caminó por el corredor, pasó por el antes temido lugar y alcanzó a escuchar un siseo en el interior, las máquinas para fumigar supuso.

Y la puerta se abrió...

Esther no alcanzó a voltear completamente bajo el hechizo del sonido de las bisagras. Las manos de largas uñas la tomaron por el cuello y la introdujeron al cuarto nunca visto. Mientras, lo último que alcanzó a percibir antes de caer en la acogedora inconsciencia, fue que el extraño siseo, no era otra cosa que el sonido que hacía el aire al pasar a través de la lengua bífida del dueño de esas manos manchadas, mismo que se completaba con su respiración y el chocar, a su vez, con dos grandes colmillos.

Y la puerta no se abrió más.